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El pantagruélico exceso de las bodas gallegas

Menús de 30 platos, carros de marisco, kilos de carne después del pescado... en Galicia la gente se casa por amor y por comer. Éste es nuestro informe sobre los enlaces más orgiásticos de España.

Esto, entre plato y plato
Esto, entre plato y platoFLICKR/JUANTIAGUES

Existe un homenaje gastronómico de tal calibre que terminas pagando la comida en masajes abdominales, una velada digna de Pantagruel en la que en el baño en vez de toallitas se trafica con cajas de sal de frutas Eno: la boda gallega. Yo tengo la teoría de que la gente en Galicia no solo se casa por amor –que también–, la gente en Galicia se casa por comer, porque allí Cupido lanza directamente centollos.

Las bodas gallegas son Reserva Natural de la Biosfera. La repoblación de las especies marinas empezó en las bodas gallegas. Por mucho menos que una boda gallega se retiraron las tropas napoleónicas. Como dice el periodista Rafa Cabeleira: “Los gallegos tenemos algo de sicilianos o viceversa y, como para ellos, las bodas son auténticos asuntos de honor, algo más importante que la vida o la muerte”.

O si no mirad. Miguel Angel López, conocido como El Hematocrítico, pidió a través de su cuenta de Twitter ejemplos de menús de bodas gallegas, o lo que él vino a llamar acertadamente #GaliciaCanibal y #bodagallegaextreme, que podría ser una categoría propia de Ironman (no lo descartemos). Y este fue parte del resultado:

A la vista está que el banquete suele empezar con varios aperitivos. Como escribía Cervantes en El Quijote, allí están “los quesos, puestos como ladrillos enrejados, en una muralla, y dos calderas de aceite mayores que las de un tinte”.

Sobre las 15:00 horas, cuando la pulpeira todavía está empezando a remangarse –acércate siempre a la pulpería–, sale el marisco en procesión arropado por los costaleros. Este es el primer punto clave de una boda gallega tradicional. Y veréis que hay varios.

Primero: Marisco

Dícese del animal marino invertebrado, especialmente los crustáceos y moluscos comestibles, que en una boda gallega sale en fuentes de acero redondo pulido. Las fuentes también pueden ser arcones, cofres o directamente bateas. Para el periodista de EL PAÍS, Nacho Carretero, el marisco es el gran requisito del enlace galaico: “Lo resumiré en una detalle real que experimenté hace cuatro o cinco años. Me invitaron a una boda en Madrid. El primer plato era bogavante: una exquisita aunque minúscula porción de bogavante en un gran plato con una salsa a un lado. Se degustaba de un par de bocados. La semana siguiente tuve otra boda, esta vez de un amigo en Galicia. El primer plato era bogavante: uno por cabeza”.

Coincide El Hematrocrítico, que nos detalla una experiencia cercana al Nirvana gástrico que tuvo en una boda de Santiago: “Tras una serie de pinchos locos nos pusieron algo que solo se le puede haber ocurrido a un especialista en torturas psicológicas de la CIA. Era una fuente redonda de marisco de tres pisos: cigalas, nécoras, centollas, todo tipo de marisco… Pero los camareros la rellenaban constantemente y te vaciaban el plato, así que por mucho que comías cada dos minutos tenías el plato vacío y la fuente llena otra vez. Cuando llegué al hotel por la noche apenas me podía mover. Las fuentes son una trampa (en la que no estaría mal caer de nuevo ahora que lo pienso)”.

Si sobrevives al marisco, y tras limpiarte las manos con toallas de playa en lugar de toallitas, llega el segundo punto clave de una boda tradicional gallega:

Segundo: El sorbete de limón (o sucedáneo)

Dícese del refresco de zumo de frutas con azúcar, o de agua, leche o yemas de huevo azucaradas y aromatizadas con esencias u otras sustancias agradables, que en una boda gallega es una maniobra de distracción. El sorbete es un caballo de Troya en forma de jugo de fruta. Te confías, crees que los postres están cerca y boom. Este digestivo no es más que una brevísima parada en boxes.

Tercero: El pescado y la carne

Tienen que entrar los dos. Un rape y un chuletón. Un rodaballo y un cabrito. Y si te despistas te meten otra vieira gratinada entre plato y plato. No importa que mires alrededor tratando de inspirar conmiseración porque los camareros lo mismo te responden con un: “¿Te quedaste con hambre? Te freímos un huevo”. Así que para cuando llega la hora de la repostería a discreción tu camisa ya es una sopa y tu estómago recita pasajes de Rosalía de Castro.

Cuarto punto (y clave): El licor café.

El santo refrigerio. Aquí no hay debate.

Hasta aquí las características de la “boda gallega gallega”, que tiene su propio distintivo de homologación. “En la boda gallega gallega aparecía el padre de la novia, se sentaba frente a mi abuelo, o mi padre, y decía; "Otilio, que no falte de nada". Ni siquiera se presupuestaba. Y, claro, no faltaba de nada: aperitivos para casar a medio Madrid, seis o siete mariscos fríos, uno caliente, dos pescados, dos carnes, tarta, helado, pasteles... Todo a repetir sin límite de ningún tipo. Y al día siguiente, reboda”, relata Rafa Cabeleira, que sirvió como camarero en el restaurante de su familia. Antonio Gómez, encargado del Restaurante Novaiño, nos confirma que en sus salones de casi cincuenta años sigue triunfando esta tendencia. Un menú típico todavía “incluye entrantes abundantes. Tres o cuatro clases de marisco distintos: un par de ellos cocidos como bogavante y cigalas, y otros a la plancha como vieiras o langostinos. Pescado y carne. Y postres típicos”. Pero no solo se basa en la cantidad, “sí, la boda está asociada a comer en abundancia. Pero también se busca calidad”. Vamos, que en una boda gallega-gallega se cumple una verdad irrefutable: “si no sobra, falta”.

Sin embargo, algo se mueve en las bodas gallegas en los últimos años. “Por alguna razón, las bodas actuales de la gente bien tienden a celebraciones normales, de menos de dos días”, opina Carretero. Preguntamos a los expertos. Fátima González, wedding planner desde hace una década, nos confirma esta inclinación más limitada: “Lo cierto es que el banquete exagerado poco a poco va quedando atrás y aunque aún existe, la mentalidad de las parejas de hoy en día va cambiando. La tendencia es que el marisco esté pero de una forma más cómoda, como en ensaladas, o en cantidades más razonables. Hoy en día podemos hacer una boda gallega con marisco, pero dando un toque al servicio y presentación del mismo que le da una vuelta de tuerca a la boda gallega tradicional”, nos cuenta.

También han notado un cambio desde hace tres o cuatro años en el Pazo Casa Grande, que en el 2016 acogió unas 25 bodas. Paula Vázquez, su encargada, nos cuenta que “nos siguen pidiendo producto gallego pero en menor cantidad. La tendencia real ahora es a tres platos, cuando antes era cinco o seis. Nuestra propuesta ahora va encaminada a la calidad en los platos y una presentación diferente”. Así que bueno, aún en ensaladas o en food trucks, el marisco está a salvo.

Nos alegramos de que se sentaran
Nos alegramos de que se sentaranLUCÍA TABOADA

Minimalistas o maximalistas, a granel o exiguas, de tres o siete horas, con bogavante por cabeza o no, a las bodas gallegas les hubiese recitado José Martí, cuando dijo eso de que hay que hacer tres cosas en esta vida: “plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo”. Ya sabéis cuál es la cuarta.

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