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¿Existen los alimentos afrodisíacos?

Si tienes pensado ponerte hasta las patas de ostras, miel o suplementos de gingseng este San Valentín para entregarte con más ganas a la zumba horizontal, la ciencia tiene un par de cosas que decirte.

Lo sentimos, Casanova
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Juan Revenga

Pocos motores hay más potentes en el mundo que la manduca y el sexo. No es casualidad, ya que ambos cuentan con un aliado insuperable: nuestro instinto. En el primer caso, el de supervivencia -para vivir hemos de comer-; y en el segundo el de pervivencia: mantener la especie más allá de nuestra propia existencia. Quizá por eso la naturaleza ha gratificado la culminación de estos instintos con una importante sensación de placer: comer y… lo otro, son dos actividades a las que nos sentimos, por naturaleza, especialmente inclinados.

Desde este punto de partida, no hay que ser una lumbrera para darse cuenta de las relaciones que se pueden establecer entre ambas actividades: imaginaos lo idóneo de una comida que, además de saciar el instinto de supervivencia, facilite la coronación del segundo. Eso se supone que son los alimentos afrodisíacos: una pescadilla que se muerde la cola (en el concepto más amplio de la palabra).

Dos perspectivas afrodisiacas

Desde tiempos inmemoriales y en todas las culturas, se ha trasladado a ciertas comidas la capacidad de estimular y aumentar el deseo, o bien de mejorar el rendimiento sexual (así define la FDA el concepto de “producto afrodisíaco”). Ya sean alimentos o sustancias y extractos obtenidos de ellos, existe un ancestral y amplísimo grupo a los que se les atribuyen propiedades en este terreno. Una buena parte centran su efecto en una supuesta capacidad para solucionar o mejorar los casos de disfunción eréctil: sin disfunción de por medio, garantizarían de algún modo a los varones la posibilidad de mantener relaciones maratonianas. En comparación, son muchos menos los que centran su efecto en la posibilidad de aumentar el deseo con independencia del género.

Hay dos orígenes respecto al supuesto efecto afrodisiaco de los alimentos: por un lado están los que por su aspecto recuerdan alguna parte de los atributos sexuales, como plátanos, almejas, higos, pepinos o fresas. Desde un punto de vista estrictamente libidinoso, para un comensal con imaginación cualquier alimento puede ser afrodisíaco, ya sea por la forma de acercarse una albóndiga a la boca o por los lametazos con los que se come un helado.

El uso de la boca, y más aún de la lengua -ése órgano sexual que los antiguos usaban para hablar- a la hora de comer en compañía, junto con una mirada intencionada puede acabar en una caidita de Roma por todo lo alto, incluso después de regalarse en compañía un bocata de buen chorizo picante de León. Algo así explicaba en su libro Recetas inmorales Manuel Vázquez Montalbán, cuando escribió que: “No se trata de buscarle tres pies al gato de una supuesta cocina afrodisiaca, sino de concebir el comer en compañía como una situación afrodisiaca en sí misma, sobre todo si la química de los alimentos se corresponde con la de los comensales”.

También tenemos otros alimentos a los que se les atribuye, per se, la capacidad de excitar. Por supuesto la ciencia no se ha quedado de brazos cruzados a la hora de emitir su juicio: la literatura científica se ha pronunciado bastante respecto a la eficacia de los alimentos y los productos afrodisiacos ‘naturales’. Ningún estudio es concluyente: incluso los más entusiastas reconocen que el alimento o la sustancia que sea tienen (solo) buenas perspectivas y que hay que seguir investigando. Las revisiones más confiables y menos partidistas sugieren, de una forma más o menos clara, que si quieres mandanga con la comida mejor vayas pensando en numeritos del tipo Nueve semanas y media.

Alimentos y productos afrodisiacos, uno a uno 

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Una de las revisiones más recientes Natural Aphrodisiacs—A Review of Selected Sexual Enhancers (Afrodisiacos naturales: revisión de una serie de estimulantes sexuales) arroja desde mi punto de vista una de las opiniones más sensatas a este respecto, centrada en los alimentos o sustancias con más fama de ayudar a encender el horno. Veamos algunas:

Y así se podría estar eternamente, comentando más que alimentos, una amplia diversidad de extractos vegetales a los que se les atribuyen maravillosas propiedades sexuales y vigorizantes: que si extractos del género Ptychopetalum -con el que se elabora el estimulante Muira puama-, que si de Maca (Lepidium meyenii), de batata silvestre, de Yohimbina o de, la más conocida actualmente, Tribulus terrestris. Los tiros van siempre por ahí: cuando hay un estudio favorecedor suele ser de escasa calidad, y muchos de ellos tienen probadas contraindicaciones, cuando no importantes efectos secundarios. Esto sin olvidar que los mínimos resultados positivos no son para tirar cohetes y que en ninguno de los casos -ninguno, literalmente- se ha identificado una dosis óptima y segura.

En resumen: los estimulantes sexuales son populares desde los albores de la humanidad. Hay mucho interés en que existan, pero eso y que existan de verdad son cosas muy distintas. A día de hoy, según la ciencia, son un camelo creado para el beneficio de una serie de laboratorios con pocos escrúpulos dispuestos a asegurar su eficacia y seguridad. Hay productos claramente peligrosos: la yohimbina, la mosca española, los sapos del género Bufo y la “miel de la locura”. También es cierto que algunos otros pueden haber mostrado hasta le fecha prometedores resultados, como la maca, el Tribulus terrestris, el Ginkgo, o el ginseng, pero llevan tanto tiempo siendo prometedores y nada más que da para empezar a sospechar.

Así que volvamos a Nueve semanas y media, la buena compañía que sugería Vázquez Montalbán y el chorizo picante de León: lo demás, son memeces.

Juan Revenga es dietista-nutricionista, biólogo, consultor, profesor en la Universidad San Jorge, miembro de la Fundación Española de Dietistas-Nutricionistas (FEDN) y un montón de cosas sesudas más que puedes leer aquí. Ha escrito los libros “Con las manos en la mesa. Un repaso a los crecientes casos de infoxicación alimentaria” y “Adelgázame, miénteme. Toda la verdad sobre la historia de la obesidad y la industria del adelgazamiento” y -muy importante- es fan de los riñones al jerez de su madre.

Naturales, pero no tanto

Un reciente estudio titulado Adulteración en suplementos dietéticos naturales y a base de hierbas con pretendida acción sobre la mejora sexual a partir de inhibidores sintéticos de la fosfodiesterasa tipo 5 observó, tras evaluar 91 presentaciones comerciales de complementos alimenticios y hierbas “naturales” para la disfunción eréctil en Estados Unidos, que ninguna de ellas reconocía contener sustancias sintéticas. Sin embargo el 81% contenía ingredientes farmacéuticos inhibidores de la fosfodiesterasa tipo 5, incluyendo tadalafilo y/o sildenafilo: Cialis® y Viagra®, para que nos entendamos.

De todos ellos, 18 productos contenían una dosis de esas sustancias en cantidad igual o superior al 110% de la dosis máxima aprobada para su uso farmacológico. Así, concluía el estudio, los hombres con disfunción eréctil ponen en riesgo su salud cuando recurren a productos de herbodietética y/o naturales “de venta libre” que pretenden mejorar el rendimiento sexual debido a tres razones: el peligro que supone su adulteración con fármacos; la ausencia de advertencias sobre su seguridad; y la patente falta de calidad de los mismos.

Sobre la firma

Juan Revenga
Es dietista-nutricionista, biólogo, consultor, y divulgador. Es profesor en la Universidad San Jorge, en la Universidad Francisco de Vitoria y un montón de cosas sesudas más. Definido como un Don Quijote con cuchara, es muy activo en redes sociales en donde, a partes iguales, reparte estopa y defiende la salud a través de la cocina.

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