Bombones de chocolate, frutos secos y té matcha
Me gustaría pensar que el lado bueno de la globalización implica que no hay que vivir cerca de Vilafranca del Penedés para saber lo que son las catánias, una suerte de bombones preparados con praliné de chocolate –con más o menos cacao, e incluso blanco (aunque diría que las últimas son un invento moderno)–, que envuelve una almendra garrapiñada y, para rematar, se espolvorea con cacao amargo.
El caso es que, como a cualquier persona cierta tendencia a lo guarripé (solo en fiestas de guardar, matizo), las catánias me chiflan, aunque les encuentro una peguita: son un poco demasiado azucaradas para mi gusto. Si a la almendra garrapiñada se le suma el azúcar del praliné que lo recubre, las papilas se me saturan y me hacen parar a la segunda bolita. Así que –con la excusa de un artículo que escribí para la edición en papel de El País Semanal sobre recetas que aportaran un chute de energía de la buena– me puse a investigar sobre el mundo de la catania baja en azúcar. La versión primigenia que me inventé –simplemente la almendra tostada cubierta con una pasta de chocolate y frutos secos– fue bastante satisfactoria a nivel de sabor, pero era evidente que le faltaba el punto del garrapiñado. Pero el día que preparé esta crema de coliflor verde me visitaron las musas, y reparé en lo crujientes que quedaban las avellanas con poquísima cantidad de caramelo encima. Hice la prueba y el resultado fue más que satisfactorio: con una sola cucharada de azúcar moreno conseguí la textura perfecta para la base de las falsas catánias, más ligera pero a la vez notablemente crunchi al mordisco.
Los frutos secos aportan energía tanto al cuerpo como al cerebro, ya que además de proteína de calidad contienen ácidos grasos, potasio, calcio, hierro y vitaminas. El chocolate puro –en pequeñas cantidades– puede ayudar al cuerpo a recuperarse después de esfuerzos intensos, como una sesión de entrenamiento o estudio, y además -para qué vamos a engañarnos- es un gustirrinín importante. El té matcha verde es opcional –ya lo usamos en este granizado de mango y en estos dorayakis- y algo caro, aunque hace falta muy poca cantidad para preparar merendolas tan brutales como un matcha kasutera o unos batidos de infarto (añadiendo leche, sirope y, para morirse del todo, nata o helado). Cuando les pilléis el rollo, jugad con ellas, añadidles vuestros sabores favoritos –aceptan vainilla, canela, cardamomo, ralladura de piel de naranja, pimienta y muchas otras cosas– y preparad las catánias de vuestra vida.
Dificultad
Para cabezas de castaña (ya sé que la receta no lleva castañas, pero este personaje de Arale mola).
Ingredientes
Para unos 30 bombones
- 100 g de almendras marconas tostadas y peladas
- 1 cucharada colmada de azúcar moreno
- 50 g de nueces tostadas y peladas
- 50 de avellanastostadas y peladas
- 100 g de chocolate con 80% de cacao
- 20 g de mantequilla
- 2 cucharaditas de té matcha de repostería
- 2 cucharadas de cacao en polvo sin azúcar
Preparación
1. Reservar 30 almendras, tostarlas en una sartén y, cuando esté doraditas y empiecen a oler bien, poner el azúcar y apartar del fuego sin parar de remover. La idea es que quede una capa muy fina de caramelo en las máximas almendras que podamos.
2. Fundir el chocolate al microondas o baño maría, mezclar con los frutos secos y la mitad del té matcha y procesar en una batidora o robot de cocina hasta conseguir una pasta fina, de textura similar al praliné.
2. Con las manos –y algo de paciencia– envolver las almendras caramelizadas con una capa no demasiado gruesa de la mezcla de cacao y frutos secos hasta conseguir unas bolitas un poco alargadas de la medida del dedo gordo.
3. Si la masa se enfría, se volverá más difícil de manipular, así que es recomendable tenerla en un baño maría, irla poniendo en el microondas en modo descongelar o alguna otra técnica que cumpla la misma función. Dejar enfriar y espolvorear primero con cacao en polvo sin azúcar y posteriormente con el té matcha previamente reservado. Se pueden guardar varios días en un sitio fresco, seco y donde no le toque la luz.
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