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Cena romántica para uno: cómo encarar la soledad festejando la comida

El escritor Carles Armengol cambió su manera de enfrentarse a la vida en solitario tras prepararse un cuidado menú compuesto de entrante, plato principal y postre. Quizá su experiencia ayude a otros. O no.

Para uno
Para unoPEXELS (PIXABAY)

Hay una frase que se repite a modo de mantra en mi hipotálamo como una especie de sentencia milenaria. Dice así: “Yo no vivo solo, comparto piso conmigo mismo”. No recuerdo si la escuché en un after o si la leí en un papel arrugado recién salido de una galleta de la fortuna que compré durante la semana asiática del Lidl, pero lo cierto es que esta premisa de autoayuda es muy necesaria en estos tiempos que corren. La soledad, incluso a pesar de convivir con familia o amigos, se ha convertido en un virus letal que ha venido para instalarse en nuestros cerebros y apoderarse de nuestros cuerpos.

Cuando me topé por primera vez con este lema, recuerdo que estaba viviendo solo en un piso de 35 metros cuadrados en la calle d’Escipió, situado estratégicamente en la cima del barrio de Gracia y a los pies de Vallcarca, en Barcelona. Aquellos años que pasé resguardado dentro de esa caja de cerillas quedaron marcados por alguna que otra relación sentimental que no acabó de cuajar y la mala decisión de pintar de verde fosforito los azulejos de la cocina. Todavía sigo sin entender por qué opté por ese tono verde nuclear que era de todo menos esperanzador. Aún me siento agredido cuando me visualizo sentado en el sofá, a dos metros de la cocina, con esas baldosas insultándome a grito pelado en la oreja. Pero si tengo que sintetizar aquel periodo de mi vida en un aspecto, sin duda lo resumiría como el lugar donde afloró mi interés por la cocina.

Carles un día cualquiera en su piso. GIPHY

En una de esas tardes tontas que caían en viernes y no tenía plan, un impulso tan absurdo como inconsciente me obligó a escribir en el buscador “CENA ROMÁNTICA PARA UNO”. Tras ver lo que mis dedos acababan de teclear sin mi permiso, solté una carcajada nerviosa y, automáticamente, hice una captura de pantalla que mandé a mis amigas. La curiosidad enteló la ridícula atmósfera de la situación y me puse a mirar los resultados. Entre cientos de artículos con listados infinitos de recetas románticas para disfrutar en pareja, solo encontré un enlace que se centrase en lo que yo andaba buscando. Empezaba así:

“Me pasé toda la vida esperando que alguien me quisiera y me cuidase.

Sabía quererlos a ellos, pero no a mí misma.

Tenía con los demás los detalles y cuidados que yo necesitaba.

Esperaba que hiciesen lo mismo conmigo, pero eso raras veces sucedía.

Un día entendí que, si no me quiero yo, nadie lo hará.

Y que cuidarme, y hasta mimarme, es responsabilidad mía”.

Después de derramar unas cuantas lágrimas, me miré en el espejo y repetí aquel mantra varias veces: “no vives solo, compartes piso contigo mismo. NO VIVES SOLO, COMPARTES PISO CONTIGO MISMO”. Me limpié las lágrimas con la manga de una sudadera con el jeto de Bart Simpson que usaba como pijama, cogí un taco de pósits y un boli, y me dispuse a hacer una lista para organizar una cena romántica de ensueño para compartir conmigo mismo.

Carles, minutos antes de hacer la lista de la compra. GIPHY

El menú estuvo compuesto por:

Entrante

Corazones de palmito envueltos en salmón ahumado con ralladura de lima, alcaparras y salsa rosa.

Plato principal

Lomo de merluza a la Lékué, bajo un nido de patatas y cebolla de Figueres con un toque cítrico.

Postre

Un cubo de medio kilo de helado de manzana asada con canela de DelaCrem.

Maridaje

Agua mineral con gas Perrier de cristal de 33cl con hielo y una rodaja de lima (la usada para rallar sobre el salmón ahumado).

Aquella noche cambió por completo mi forma de ver aquello del “vivir solo”. La soledad dejó de pesar como una losa sobre mi espalda y empecé a convivir conmigo mismo. Las cenas entre semana se convirtieron en fiestas en las que yo era el único invitado. Me pasaba el día pensando en qué me iba a cocinar esa noche, y, al acabar la jornada laboral, salía disparado hacía mi zulo para hacer la compra en las tiendas de alrededor.

Carles haciendo la compra para su cena romántica. GIPHY

Cambié el rollo de papel de cocina por las servilletas de tela; algo tan gratificante para la salud mental como el hecho de hacer la cama y ventilar la casa. Algún jueves bebía un poco de cava de una botella desbravada tras llevar varias semanas abierta en la nevera. Brut Nature, por supuesto.

Desde entonces, me he convertido en un predicador de las ventajas que tienen las cenas románticas para uno. Entre las que destaco:

La organización es clave para optimizar al máximo el tiempo que dedicas a comprar y cocinar. Para ello, estas recomendaciones pueden servirte de ayuda:

En definitiva, reivindiquemos los desayunos, comidas y cenas románticas para uno mismo. Todo vale mientras sea placentero y reconfortante para ti. Y, recuerda, no hace falta pasar mucho tiempo en la cocina para que sea especial. Cuantas más cosas de untar haya sobre la mesa, más festivo será el momento.

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