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Pan de molde con maíz escaldado

Un pan de molde tiernecito y dulzón –con el toque jugoso de la mantequilla y la leche y el sabor del maíz escaldado– cuyas rebanadas elevarán tus desayunos a un nivel superior. A la estratosfera. Muy arriba.

Desayunos del amor a la vista
Desayunos del amor a la vistaIBÁN YARZA

El pan de molde, ese universo. Del pan de molde siempre me han sorprendido varias cuestiones (sí, lo sé, voy a generalizar): a menudo la experiencia de mucha gente con el pan de molde se limita al industrial; por otro lado, decir "pan de molde" no significa mucho en realidad, ya que puedes meter en un molde casi cualquier masa. Finalmente (y tal vez por lo anterior) en España a menudo parece que hay una cierta aprensión hacia el pan de molde, como si fuera algo malo de por sí.

En este sentido, recuerdo una ocasión, impartiendo un curso de pan casero, en la que estaba explicando cómo hacer un pan integral con semillas, de chuparse los dedos (con granos de cereal hervidos en cerveza negra), y una alumna parecía estar disfrutando de todo el proceso, sus ojos brillaban llenos de deleite y la expectación del placer que aquel panazo le iba a dar... hasta el preciso momento en el que saqué un molde para meter aquella gloriosa masa. Entonces su cara se torció y de lo más profundo de su interior salió un lamento en forma de pregunta: "¡Ah, pero va a ser pan de molde?". Ahí va una muestra de nuestra aprensión con el pan de molde.

En un molde se puede meter la masa más suculenta y llena de matices y sabores, desde densas masas de centeno hasta masas con frutas y semillas o bien sencillas masas de pan sin más añadidos. No obstante, lo que solemos entender por «pan de molde» en nuestra cultura designa un pan ligeramente enriquecido que posiblemente se remonta al pain mollet del s. XVI, enriquecido con leche, al que se dice que Catalina de Medicis era muy aficionada.

En este caso, la ternura de la miga, su jugosidad y un cierto toque dulzón son muy apreciados, ya que nos combinan a las mil maravillas con rellenos tanto dulces como salados, ensalzándolos de forma delicada. Para alcanzar este objetivo, es normal que se añadan a la masa pequeñas cantidades de alguna grasa o edulcorante (mantequilla, azúcar, etc.)*, pero también se puede optar por añadir algún tipo de ingrediente almidonoso (como la patata en la receta del mes pasado), en este caso maíz, con su precioso tono amarillento y su dulzor natural.

Escaldaremos la harina de maíz vertiendo sobre ella agua recién hervida, obteniendo una mezcla gelatinizada que hará que nuestra masa sea gozosita y sedosa, y la miga de nuestro pan una maravilla. En casa suelo procurar tostar un poco la harina en la sartén, para acentuar su sabor a maíz (se pone en la sartén un par de minutos sin parar de mover, hasta que salga un leve aroma a tostado).

En este caso, la incorporación de la harina gelatinizada de maíz es una mera sugerencia; se puede incorporar cualquier otro cereal gelatinizado o harinas varias como alforfón o arroz, incluso una sencilla bechamel (siempre habrá que ajustar la hidratación final de la masa para que quede una masa ligeramente pegajosa al comienzo del amasado, pero que se vuelva sedosa a medida que la trabajamos). Para acabar de redondear el sabor del pan, añadiremos un sencillo fermento que nos dará aroma, conservación y volumen. Mucha atención a las tostadas que salen con este pan.

Pan de molde con maíz escaldado

Ingredientes

Para 2 moldes rectangulares de bizcocho de unos 22 cm

Fermento

  • 100 g de harina panificable
  • 60 g de agua tibia
  • 1 g de levadura fresca de panadería (0,3 g de la seca)

Fermento

  • 300 g harina panificable
  • 100 g de harina de maíz
  • 200 g de agua hirviendo para escaldar la harina de maíz
  • 100 g de leche
  • 60 - 90 g agua
  • 40 g de mantequilla
  • 30 g de azúcar
  • 12 g de sal
  • 9 g de levadura fresca de panadería (3 g de la seca)

Instrucciones

1.
La noche anterior, preparar el fermento y el escaldado de harina de maíz. Para preparar el fermento, mezclar los ingredientes, amasando un minuto para que estén bien amalgamados; fermentar una hora a temperatura ambiente y meterlo en un bote cerrado a la nevera hasta el día siguiente. Para el maíz, hervir los 200 g de agua y vertirla, sin parar de revolver, sobre la harina, hasta obtener una pasta gelatinosa. Dejar que se enfríe hasta el momento de usarla.
2.
Al día siguiente, mezclar todos los ingredientes hasta obtener una pasta homogénea ligeramente pegajosa (ajustar la cantidad de agua, que podrá variar dependiendo de la absorción de las harinas). Dejar que repose 5 minutos y amasar hasta que esté bien fino y sedoso (unos 7 minutos). Al comienzo, la masa tiene que pegarse muy ligeramente a las manos, pero ganará cohesión según vayamos amasando hasta no pegarse en absoluto.
3.
Fermentar 2 horas a temperatura ambiente, dividir la masa en dos (para el típico molde rectangular de bizcocho de unos 22 cm de largo, ver foto), y formar. Para ello, aplastar la masa hasta formar un rectángulo y enrollarlo bien prieto, formando un cilindro de masa de las dimensiones del molde. Engrasar el molde con un poco de mantequilla y harina y meter la masa.
4.
Fermentar otras 3 horas, hasta que haya pasado del doble de su volumen y la masa presente una preciosa bóveda blandita. Pincelar la pieza con leche (o bien espolvorear con un poco de harina, según el aspecto final deseado) y cocer a unos 200º C durante 40 minutos, con una bandeja llena de agua en el interior del horno durante todo el tiempo de cocción (así conseguiremos una corteza blandita y tierna también). Sacar del molde y dejar enfriar sobre una rejilla antes de cortar.

*Por supuesto se puede cambiar la leche por alguna leche vegetal, y por supuesto se puede cambiar la mantequilla por otra grasa (también se puede omitir la mantequilla y el azúcar, en cuyo caso yo aumentaría un poco la cantidad de líquidos, o bien añadiría más cantidad de maíz gelatinizado).

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